Dando continuidad al centro de interés
del martes pasado, creo preciso que para comenzar con el artículo de hoy
conviene recordar la principal idea que extrajimos de éste: La educación es una
responsabilidad que compete a toda la sociedad. Esta afirmación nos llevó a
entender que la escuela no puede ser considerada el único agente educativo,
sino que actualmente se necesita de todo un entorno educador.
Ahora bien, ¿qué entendemos por
entorno educador? Toda una realidad que es transmisora de conocimientos y
valores, que nos proporciona múltiples posibilidades de aprender. Para entender
mejor el concepto hemos de imaginarnos que todo lo que nos rodea a nuestro
alrededor se forma a partir de intercambios de informaciones susceptibles de
ser aprendidas. Así pues, si realmente queremos valorar el entorno educador es
voluntad propia aprovechar este potencial educativo.
Actualmente, del escenario anteriormente
explicado surgió el término ciudad
educadora ya que de la inmensidad de flujos de información del entorno no
todos son apropiados de convertirse en conocimiento. Y es aquí donde la ciudad
educadora adquiere sentido como portadora de estrategias de formación y de
herramientas para analizar las oportunidades de aprendizaje, con el fin último
de formar a ciudadanos responsables y críticos.
Para ser del todo conscientes de la infinidad
de oportunidades que nos ofrece la ciudad, entorno educador, hemos de poner
atención a las diferentes dimensiones de
plantear este mismo concepto. Para comenzar, nosotros como ciudadanos podemos aprender en la ciudad ya que ésta está constituida
por múltiples instituciones educativas junto a otros equipamientos y recursos
(bibliotecas, museos, teatros, etc.). De esta manera, aprendemos en la ciudad
porque ella misma es un entorno educativo que plantea espacios y experiencias
educativas no planteadas pedagógicamente. Por otro lado, si entendemos la ciudad
como un agente educador esto nos permite aprender
de la ciudad. Concretamente, el entorno es generador de información y
cultura ya que la red de relaciones humanas que se forman poseen un gran valor
educativo y socializador. Y para acabar,
no podemos olvidarnos de aprender la ciudad considerándola como contenido
educativo ya que en ella nos formamos como ciudadanos. Esta última dimensión
adquiere real importancia en cuanto a conocer nuestra ciudad, saber cómo
utilizarla y por lo tanto participar en la vida de ésta.
Espero que con el artículo de la
semana pasada y el de hoy reflexionemos sobre nuestro papel a la hora de
valorar nuestro entorno como agente educativo, ya que una ciudad educadora
tiene el objetivo de incidir positivamente en el proceso de desarrollo personal
de todos y cada uno de los ciudadanos que la forman. Todo esto nos ha de llevar a comprender la
ciudad como un espacio en el que las relaciones interpersonales se convierten en
relaciones de aprendizajes significativas. En definitiva, podemos concluir diciendo que
el trabajo de la escuela y el de la ciudad se complementan para satisfacer un
mismo objetivo: formar a ciudadanos.
Saida