Estamos acostumbrados a que ante un
problema surgido durante la etapa de desarrollo del niño aparezca el rol del
profesional ofreciendo su saber y ayuda, para así conseguir modificar posibles
pautas desajustadas en el contexto familiar. No obstante, no somos conscientes
que este hecho comporta la limitación de las competencias familiares, y lo que
es lo peor acaba produciendo en la familia un sentimiento de incompetencia. Además,
esta idea se ve reforzada cuando desde la propia escuela surgen una serie de
prejuicios hacia las familias acusándolas de falta de interés en la educación
de sus hijos. En definitiva, el
resultado final no es otro que la creación de un clima de desconfianza que
imposibilita la colaboración entre estas dos grandes instituciones.
Una vez descrito el presente escenario
nos podríamos formular el siguiente interrogante: ¿Hacia dónde habríamos de
orientar nuestros esfuerzos y actuaciones para poder mejorar esta situación?.
Primeramente, creo necesario alejarnos del típico “Modelo experto”, descrito
anteriormente, donde solo el profesional dispone de los saberes para imponer
sus decisiones, y acercarnos más hacia
un “Modelo partenaire”. ¿En qué se diferencia un modelo del otro?.
Principalmente en que éste último se caracteriza por una relación de igualdad
en la toma de decisiones, y por lo tanto en el reconocimiento recíproco de las
competencias de todos los agentes que intervienen en el proceso educativo.
Otro aspecto a considerar es que
posiblemente el concepto que se está contemplando de participación de las
familias en las escuelas no sea del todo correcto. Concretamente, lo que quiero
decir es que muchas veces acabamos confundiendo informar con comunicar. Las
escuelas no facilitan la participación de las familias simplemente
transmitiendo información, sino que han de propiciar espacios para el intercambio de
experiencias y así poder encontrar una coincidencia en objetivos y formas de
actuación.
Por otro lado, también haría alusión
al papel que han de realizar las escuelas y facultades que forman a nuestros
docentes. Es decir, no simplemente los docentes han de estar capacitados para
transmitir conocimientos a nuestros alumnos, sino que a su vez se les han de
concienciar y formar sobre la importancia de disponer de competencias
relacionales y de comunicación. Por consiguiente, conseguiremos que los
docentes acepten y facilitan el papel de las familias en las escuelas.
Y para acabar, otro de los obstáculos
que hemos de hacer frente son las actuales políticas laborales caracterizadas
por extensas jornadas, ya que dificultan e imposibilitan la creación de puentes
de relación entre familia y escuela. Y por si fuera poco, a su vez estas
políticas limitan la interacción cotidiana entre las generaciones del grupo
familiar.
Esta vez he preferido esperar al final
del artículo para presentar el objetivo de éste, ya que pensé que sería más
interesante que nosotros mismos fuéramos elaborando el mensaje a medida que
avanzábamos en el artículo. Básicamente, la principal idea que he querido transmitir
con esta publicación no es otra que para mejorar la educación es necesaria la colaboración
entre la familia y la escuela. Por esta razón, es importante dar voz a todos
los colectivos implicados en la educación del niño con el objetivo de poder
construir juntos una realidad educativa. Y ya para finalizar, quiero acabar el
artículo con una frase que creo que sintetiza bastante bien todo lo comentado
anteriormente: “No se educa a una
criatura, sino que las personas que le acompañan en este proceso se educan y se
reeducan con ella construyendo una realidad comuna”.
Saida